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Vigiladas por un ente anónimo en la pantalla: testimonios de ciberacoso

Los acontecimientos han revelado dos cosas: el desconocimiento generalizado y normalización sobre el ciberacoso, y que el miedo prevalece en muchas de sus víctimas. Pues, después de pasar por un hecho de acoso digital, la vida no vuelve a ser la misma.


La vida no volvió a ser la misma para Ivana y Laura* desde que tenían 17 y 18 años. Ellas junto con su grupo de amigas tenían una cuenta privada de Instagram en las que todas tenían poder; pero una madrugada del 21 de marzo de 2018 dejaron de tener su control.


“Por medio de publicaciones nos comenzaron a advertir a mis amigas y a mí que la cuenta grupal había sido hackeada. Nosotras no teníamos idea de qué era lo que pasaba”, cuenta Ivana de ahora 20 años.


Luego de aquel primer movimiento, Laura e Ivana ya no tenían tampoco el dominio sobre sus cuentas personales de Instagram y Twitter. Desde estas su agresor comenzó a publicar avisos de cuándo comenzaría el siguiente ataque, y recalcaba que todo era en contra de Laura. “Así fueron apareciendo fotos mías 'normales' que tenía con mi familia y que las tenía guardadas en mis cuentas de Google, fotos que nunca había subido a ningún lado (...) así comenzó todo, por redes sociales”, dice Laura.


Capturas de amenazas durante los primeros ciberataques hacia Laura e Ivana en Instagram y Twitter


Mediante correos electrónicos, donde adjuntaban fotos íntimas que habían encontrado de Ivana, amenazaban Laura con mensajes manipuladores expresándole que si ella no enviaba fotos desnuda iban a proceder a subir las de su amiga a internet. No sólo causaban presión contra Laura, sino que la hacían sentir culpable, pues al no enviar nada le llegaban mensajes de su acosador en los que le aseguraban que era una “mala amiga” por permitir que el ataque sucediera.


Para Laura esa fue la primera amenaza fuerte que recibió. El acosador digital cumplió con su ataque, puesto a que subió y envío a chicos de su colegio –por mensajes directos– las fotos explícitas de Ivana desde el Instagram hackeado de una de sus amigas. Para su suerte, como ella lo describe, su amiga aún tenía el control de su cuenta y alcanzó a borrar inmediatamente los mensajes.


“No voy a mentir, me sentí demasiado vulnerable en ese momento y yo lo iba a hacer. Yo iba a caer en el juego de esta persona para que no subiera las cosas de mi amiga. Mis amigas me detuvieron y me dijeron que, si yo hacía eso, todo esto iba a ser más grande. Llegué a pensar que era mi culpa”, recuerda Laura.
 

Pero, ¿por qué el ciberespacio es tan atractivo para el delincuente o acosador? Según Kevin Matías, abogado especializado en materia penal, familia, civil y constitucional con Maestría en ciberdelincuencia, uno de los primeros factores es el anonimato, pues el ciberespacio permite separar el yo personal que todo el mundo conoce del yo anonimizado para cometer delitos.


Sin embargo, esto llega a ser un arma de doble filo, ya que para Diana Maldonado, Tecnóloga en Informática Educativa, Consultora y capacitadora de Seguridad Informática, ciberactivismo y violencia de género digital, en un contexto político ve al anonimato como un derecho que no se debería arrebatar a personas que lo “utilizan para bien”; como los white hackers o hackactivistas como WikiLeaks.


*El término white hackers se refiere a un hacker ético, o un experto de seguridad informática, quien se especializa en detectar vulnerabilidades y mejorar la seguridad de los sistemas de comunicación e información de una organización.*


Matías recalca que la tecnología y ciberespacio no solo traen estas nuevas “formas de cambio”, sino que: “dan paso también a nuevos comportamientos antisociales que pueden ser riesgosos para la integridad de las personas dentro de la sociedad”.


Tales como los mensajes amenazantes y denigrantes hacia Laura como: “eres una puta, no tienes sentido de la amistad, por tu culpa arruinaste la vida de tus amigas, si no mandas tus fotos en cinco minutos la vida de tu amiga se arruinará” que continuaron durante toda la madrugada causando que el insomnio, la culpabilidad y el miedo se apoderen de ellas.

Me sentí observada, sentí que alguien estaba aquí a lado mío diciéndome que mandara fotos para salvar a mi amiga”.

Las cuentas falsas en Instagram y Twitter junto con correos electrónicos, en los que en ese momento aseguraban que sabían todo sobre sus vidas, continuaron durante tres días. Tres días en que las víctimas vivían en una paranoia que las llenaba de ansiedad, pues les habían arrebatado el control de gran parte privada de sus vidas.


 

Por otro lado, Ivana cuenta que lo primero que hizo, al ver que habían encontrado sus fotos íntimas, fue escribirle a quien entonces era su ex pareja, ya que ella sabía que él era la única persona a quien le había enviado las imágenes cuando mantenían una relación desde 2015. “Le conté lo que estaba pasando, le pregunté si había borrado nuestras fotos, él me respondió que sí había borrado todo supuestamente”. No obstante, ella le preguntó si también había borrado las fotos que se encontraban en su antiguo chat de Messenger, pero él lo negó, le dijo que se le había olvidado.


Por deducción en ese momento Ivana pensó que, como su ciberacosador les recalcaba que sabía todo de sus vidas, habían hackeado la cuenta de Messenger de su ex pareja. Sin embargo, ella comenta que al pasar el tiempo comenzó a sospechar de él debido a que recordaba comportamientos negativos que tenía hacia ella.


Como la vez en que, meses después de acabar su relación a principios de 2017, Ivana descubrió que él había ocultado por medio de una aplicación sus fotos íntimas, a pesar de que cuando terminaron ella le pidió que las borrara. O cuando después de un año, ella conoció a una nueva persona en el ámbito amoroso, y su ex pareja le escribía para ofenderla.


“Él me escribía a insultarme (...) a decirme por poco que me iba a morir (...) yo ni tenía su número guardado, no sabía por qué me seguía buscando”.

“Yo siempre le dije, cuando aún estaba en una relación con él, que tenía miedo que lo hackeen o que difundan las fotos que le enviaba, y de casualidad sucedió lo que yo justamente le advertía. Yo no he dicho ni su nombre porque no puedo asegurar al 100% que él es el que me hizo esto, pero yo pongo las manos al fuego ante la sospecha de que él tuvo algo que ver”.


Ivana menciona que en esa misma madrugada en la que continuaban las extorsiones de su ciberacosador, mientras se encontraba en su habitación rodeada de oscuridad, miedo e incertidumbre, también decidió llamar al 911 para pedir un asesoramiento sobre cómo denunciar un caso de ciberacoso.


“Llamé, me respondieron y les conté lo que estaba pasando (...) yo sabía que no iban a resolver nada pero al menos que me guíen con alguna persona con la que pueda comunicarme sobre esto”.

Durante la llamada le indicaron que debía acercarse a la Fiscalía La Merced ubicada en el centro de Guayaquil. El 22 de marzo, Ivana le contó todo a su mamá, al día siguiente se acercaron a la Fiscalía recomendada para realizar la denuncia.


Ya dentro a Ivana le hicieron llenar un formulario en el que debía poner su nombre completo, el nombre de sus amigas y detallar la razón de su denuncia, es decir, contar lo que le estaba sucediendo. Pero aquello fue en vano, porque le indicaron que su caso no se lo resolvían ahí, sino que debía de acercarse a la Fiscalía frente al CC. Albán Borja.


Se dirigió hasta allí, llenó nuevamente el mismo formulario y además tuvo que agregar las capturas de pantalla de todas las amenazas que recibió, sin embargo, Ivana no sentía que iba ser suficiente como para que puedan encontrarle una solución a su caso.


“Fue muy duro, sentía que estaba reviviendo el dolor, me pasa incluso cuando lo hablo, pero al ver todas esas fotos de nuevo y recordar lo que pasó (...) me hacía sentir muy chiquita. Igual no sabía si iba a ser suficiente (...) pero en esa entonces yo veía eso y decía, yo sé lo pesado que es porque yo lo viví, yo sentí esos mensajes, yo sentí todo ese odio contra mi”. (audio)


“Cuando entregué todo me dijeron que eso se agendaba y que tenía que esperar a que el Juez llame para poder declarar –supuestamente–. Y eso fue todo, nunca más me llamaron y yo tampoco realmente insistí”. Ivana no siguió con la denuncia porque comenta que era un tema que anhelaba dejar en el pasado.


Por otra parte, Laura no realizó ninguna denuncia por su cuenta debido a que su amiga ya lo estaba haciendo, además de que a pesar que ya le había contado a sus padres lo que estaba viviendo, no quería “molestarlos” con el tema. La manera en que ella afrontó la situación fue desapareciendo de las redes sociales. “Yo me anulé de mis redes sociales, me anulé de mi celular por todo lo que había pasado y así de traumada estaba”.


Según el informe del 2020 Libres para estar en Línea de Plan Internacional: "Los perpetradores publican fotos manipuladas y envían imágenes pornográficas que pueden mantenerse libres y en el anonimato, mientras que las niñas suelen estar asustadas, comienzan a limitar sus publicaciones y se ven forzadas a intentar protegerse a sí mismas".


Después de esos tres días, no volvieron a recibir alertas de ataques. Hasta que en el mes de agosto del mismo año, crearon nuevamente una cuenta a nombre de Ivana. Ella se encontraba en clases cuando se enteró mediante mensajes que le enviaban sus amigos; para Ivana su día había acabado por completo.


“Tuve que pedir permiso para salir en mis clases de la universidad, llamé a mi mamá para que me pudiera recoger y llevar a casa. Mientras esperaba empecé a llorar, me decía a mi misma por qué había pasado esto otra vez”.

Y así, durante todo ese año el ciberacosador paraba por un tiempo y volvía a atacar creando un sinnúmero de cuentas falsas, principalmente en Instagram, difamando principalmente a Laura con comentarios acerca de su cuerpo que activaban sus inseguridades. “Me ponían cosas obscenas (...) los insultos que me ponían era zorra, puta o me escribían por interno a decirme gorda”.


 

En 2019 la peor pesadilla de Ivana y Laura volvió a aparecer una vez más y, a su vez, también otra víctima de ciberacoso surgió, comenzaron a acosar a otra conocida de ellas, Sofía*.


Sofía* no recuerda todos los acontecimientos con exactitud, pues asegura que su cerebro bloqueó esas memorias como mecanismo de defensa. Este bloqueo mental se origina automáticamente cuando la mente quiere mantener alejadas aquellas ideas o sentimientos que pueden perturbar.


Era de noche cuando a Sofía le llegó un mensaje de un número desconocido que ni siquiera tenía el código de área de Ecuador, donde le pedían que enviara una foto de sus bustos. Lo primero que pensó fue que se trataba de alguna broma de algún amigo o amiga, así que decidió responderle. Pero este seguía insistiendo en lo que pidió en un inicio, hasta que envió un mensaje afirmando que la conocían y tenían sus fotos.


“Le pedí que me lo comprobará. No sabía en lo que me estaba metiendo”. La paranoia y el terror de Sofía inició en el instante en que enviaron capturas de una videollamada con Laura que ella ni siquiera poseía o sabía que existían. Rápidamente empezó a buscar esa foto en su computadora, pues ella almacena todo ahí, pero no la encontró.


Aunque a Sofía le invadía el miedo, dice haber tomado esto como un juego de adivinar el personaje detrás del acoso digital. “Yo lo desafié y traté de ‘negociar’ con esta persona, le dije que podíamos hacer un intercambio de preguntas por las fotos que me pedía”. Pero nunca logró descubrir quién era esa persona, ni tampoco le envió las fotos que le solicitaban.


En ocasionadas situaciones Sofía recibía mensajes -con tonos sexuales- que la abrumaban. Aún cuando los recibía ella esperaba saber a toda costa su identidad, fue entonces cuando planeó un falso Síndrome de Estocolmo.


Sofía fingió haber generado sentimientos románticos por su acosador digital, diciéndole por mensajes que le encantaría conocerlo o tener una cita, incluso un día le dedicó un poema. Mantenían contacto todos los días, así a veces obtenía información y podía descartar a personas de sus sospechas.


“En mi cabeza pensaba que tal vez le podía sacar el lado humano porque yo creo que por más ‘enferma’ que sea la persona o por más fría y todo, siempre va a haber algo ahí (...) siempre todo ser humano tiene su punto débil y yo era vamos a probar por este camino”.

Su plan no funcionó, hasta el día de hoy no sabe quién habrá sido su atacante. Un día Sofía dejó de recibir mensajes de su acosador, hasta que después de dos meses volvió a aparecer, pero para entonces ella decidió bloquearlo y no volver a comunicarse con esta persona. “Lo bloqueé, nunca más le escribí y nunca más me volvieron a molestar”.


Pero aquella realidad no fue la misma para Ivana y Laura, a finales de 2019 el acosador apareció con una nueva forma de ataque. Compró un chip del servicio telefónico Claro a nombre de la propia víctima, Laura. De esta forma, conseguía números de niñas de entre 15 a 18 años y les escribía por Whatsapp suplantando la identidad de una de las amigas de Ivana y Laura, alegando que contaba con un emprendimiento nuevo de trajes de baño y deseaba que estas niñas sean sus “modelos”.


Las plataformas y herramientas en línea usadas por la mayoría de las niñas en los 22 países encuestados por Plan Internacional - incluyendo Ecuador- son WhatsApp (60%), Instagram (59%) y Facebook (53%). La Tecnóloga Diana Maldonado agrega que en estas redes los ciberacosadores se hacen pasar por un adolescente, por un niño o una niña y de esta manera pueden llegar también a sus víctimas o potenciales víctimas.


“Estas niñas confiaban en esta persona pensando que era mi amiga, porque la foto que tenían en WhatsApp era de ambas. Les decían que estaba haciendo una línea de trajes de baños y que le manden una foto en ropa interior o en traje de baño para ver si podían ser sus modelos y que a cambio de esto les daba trajes de baños gratis”, cuenta Ivana.



Mensajes por Whatsapp en los que suplantaban una identidad falsa para conseguir fotos de niñas de 15 a 18 años.


Enseguida Laura e Ivana comenzaron a hacer lo único que siempre han tenido a su alcance, subir a sus redes sociales la advertencia de que una persona estaba tomando el nombre de su amiga para conseguir fotos en ropa interior o traje de baño. Para ese momento el acosador ya había conseguido muchas fotos de las menores de edad. Luego las amenazaban, exigiendo que Laura envíe fotos íntimas, sino, publicarían las imágenes recién enviadas.


“Los padres me contactaron a mí porque ese acosador usaba mi nombre para chantajear a las niñas. Yo intenté que me entendieran al principio porque obviamente no era mi culpa”, dice Laura.


Cuando sucedió aquello, ella procedió a realizar su primera denuncia con la madre de una de las niñas, pero tampoco se logró nada. Les habían dicho que personas se encontraban trabajando en el caso y que -supuestamente- estaban rastreando al acosador, pero nunca se llegó a más.


Laura canceló el chip que habían sacado a su nombre. No obstante, en 2020 adquirieron uno nuevo, pero esta vez con los datos de Ivana, quien hasta hoy se sigue cuestionando cómo es que esa misma operadora permite que saquen números telefónicos con datos de personas externas, que no se encuentran en ese momento para asegurar su identidad.



Mensajes de Whatsapp con las amenazas más recurrentes del acosador de Ivana y Laura.


En lo que va del 2021 el número a nombre de Ivana, llamadas anónimas -en las que nadie responde- y la creación de cuentas falsas, prevalecen.


La última vez que se pronunció su acosador digital fue hace aproximadamente dos meses atrás.


Ivana y Laura continúan palpando la angustia y la incertidumbre de no saber en qué momento su acosador digital se volverá a pronunciar, alterando por completo sus vidas.


Nota: *Los nombres de las tres víctimas se encuentran protegidos*



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